Fuente: Maribel Hastings y David Torres
03/15/2023

El Partido Republicano sigue solidificándose como entidad antiinmigrante con un cónclave de extremistas liderados por Donald Trump en la reunión anual del CPAC este pasado fin de semana. Por otro lado, tiene a un gobernador de Florida, Ron DeSantis, que en su ruta a aspirar por la nominación presidencial republicana en 2024 va armado con una plataforma donde las medidas antiinmigrantes ocupan un lugar central.

Son dos vertientes políticas con una misma finalidad: la de demostrar quién es más antiinmigrante, racista y prejuicioso para lograr el voto de ese segmento de la población estadounidense que se ha creído esa falsedad del "reemplazo" y que se complace en alimentarse de una retórica de odio que, lamentablemente, ha derivado en masacres como en El Paso en 2019 y en Buffalo en 2022, entre muchas otras.

Basta con ver que Trump y DeSantis son las dos figuras preponderantes en la carrera por la nominación presidencial republicana para entender que el extremismo llegó para quedarse en ese partido. No hay que perder de vista, por supuesto, a Greg Abbott, gobernador de Texas, quien también ha demostrado cuán crueles pueden ser las medidas antiinmigrantes en la frontera.

Ahora bien, aunque algunos líderes republicanos, incluyendo a DeSantis, crean que no haber acudido al CPAC de alguna forma los diferencia de los fanáticos de Trump que ahora incluso presiden importantes comités en la Cámara Baja, la realidad es que son la misma cosa. Porque no denunciar el extremismo de sus pares los hace cómplices del mismo prejuicio. Y DeSantis, específicamente, cuenta con un extenso currículum de crueldad hacia los inmigrantes, comenzando con sus vuelos de refugiados a ciudades y estados liderados por demócratas o su propuesta de arrestar y encarcelar a las madres de niños indocumentados si los llevan a la escuela.

Sin embargo, en otra señal de la cercanía de los comicios presidenciales de 2024, la administración demócrata de Joe Biden vuelve a poner en ascuas a los migrantes y a quienes abogan por ellos, al conocerse que una vez más estaría considerando revivir medidas antiinmigrantes implementadas por Trump, medidas que el propio Biden, como candidato en 2020, denunció.

Esa paradoja política hace que miles o millones de migrantes que han vivido con la esperanza de regularizar su situación durante décadas entren en un estado de marasmo, confusión y decepción que, quiérase o no, repercute directamente en el desinterés hacia la clase política de cualquier partido. Porque no basta con utilizar la lucha pro inmigrante para que un partido logre crear una imagen protectora de migrantes, si a la postre, una vez en el poder, se olvida de ellos y se concentra solamente en permanecer en el puesto, a costa de lo que sea, incluso adoptando medidas antiinmigrantes que antes condenó.

Y volvemos a lo mismo. Ante las críticas de un Partido Republicano controlado por extremistas, un presidente demócrata prefiere callar y ceder a la presión republicana; aunque haga lo que haga Biden, sus opositores nunca estarán conformes y mucho menos colaborarán para ofrecer soluciones legislativas sensatas al problema. Lo peor es que lo hace sabiendo que está rompiendo promesas de campaña a un sector electoral que ha apoyado a su partido elección tras elección, a pesar de esas promesas rotas.

Ya tenemos suficiente con un Partido Republicano que es sinónimo de extremismo y prejuicio, que no ofrece ningún plan para solucionar la disyuntiva migratoria que no sea apelar a los sentimientos más oscuros del ser humano atentando incluso contra la democracia que tanto dicen defender con sus febriles reclamos de fraude electoral.

Si a eso le sumamos una administración demócrata y un sector demócrata del Congreso pensando que lo que proponen es menos oneroso porque lo hace un demócrata, es una bofetada no solo a los migrantes que buscan refugio en este país, sino a los votantes que han creído las promesas de cambio en el frente migratorio, solamente para toparse con las mismas medidas crueles disfrazadas de oveja.

Esta disyuntiva migratoria pone en riesgo no solo la esencia inmigrante de un país como Estados Unidos, sino que evidencia la hipocresía con la que se ha manejado el tema migratorio en los últimos tiempos, dejando en el aire otra paradoja: con amigos así no hacen falta enemigos.


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